Por qué la evitación en ansiedad es peligrosa: comprender los escapes y recuperar la libertad
- Iara Martínez de Oliveira
- 9 sept
- 3 Min. de lectura
Actualizado: hace 5 días
Cuando hablamos de ansiedad, uno de los mecanismos más comunes (y más engañosos) es la evitación.
A primera vista, evitar lo que nos genera malestar parece lógico: si algo nos angustia, ¿por qué no alejarnos de ello?
Sin embargo, en el terreno psicológico, esta estrategia tiene un efecto paradójico. Lo que parece un alivio momentáneo se convierte en el combustible que mantiene viva la ansiedad.
¿Qué es una evitación y qué es un escape?
En términos clínicos, la evitación consiste en no exponerse a situaciones, pensamientos o sensaciones que generan ansiedad. Puede ser tan evidente como no salir de casa por miedo a tener un ataque de pánico, o tan sutil como evitar mirar a alguien por miedo al juicio.
El escape, por su parte, ocurre cuando ya estamos en contacto con el estímulo ansiógeno y buscamos salir de él rápidamente: por ejemplo, interrumpir una conversación incómoda, comprobar compulsivamente algo en internet, buscar constantemente si se ha cometido un error (y cómo, y cuando, y de que forma,...), releer mensajes una y otra vez para asegurarse de que no se ha dicho nada ofensivo, interrumpir una actividad por miedo a estar haciéndola mal, o distraerse compulsivamente con el móvil o redes sociales para no sentir.
Ambos mecanismos tienen algo en común: ofrecen un alivio inmediato, pero a costa de reforzar el mensaje interno de que “esto es peligroso y no puedo tolerarlo”.
El ciclo que perpetúa el malestar
Cuando una persona evita una situación o escapa de una sensación interna, su sistema nervioso interpreta que aquello es una amenaza real.
Así, cada vez que se repite la conducta de evitación, el cerebro refuerza la idea de que hay algo que debe ser temido o controlado. Es como apagar una alarma sin comprobar si hay fuego: la ansiedad no desaparece, solo se pospone. Y cuando vuelve, lo hace con más fuerza y más frecuencia.
En el caso del trastorno obsesivo-compulsivo (TOC), esto se ve con claridad. Por ejemplo, cuando alguien siente la necesidad de comprobar en internet si ha hecho algo mal, esa acción le da un alivio momentáneo. Pero al hacerlo, refuerza la idea de que hay algo peligroso que necesita controlar. La mente se vuelve más dependiente de esa comprobación, y el ciclo se intensifica.
La verdadera salida: atravesar la ansiedad
La clave no está en luchar contra la ansiedad, sino en atravesarla sin ceder al impulso de evitar o escapar. Esto implica quedarse con la incomodidad unos minutos, respirar profundamente, notar el cuerpo, y recordarse: “Esto es solo una sensación, no una amenaza real.”
También puede ayudar escribir lo que se está sintiendo, como si se observara desde fuera, sin juzgarlo.
Y luego, redirigir la atención hacia una actividad que requiera concentración (como desarrollar una app, leer, o resolver un problema técnico) para que la mente se enfoque en el presente.
Cada vez que se elige no comprobar, no evitar, no escapar, se está entrenando la libertad interna. Y eso, aunque parezca pequeño, es una victoria. Lo que se trabaja en terapia no es eliminar la duda, sino aprender a tolerarla sin que nos domine.
Porque cuanto más se practica esta tolerancia, más fuerza se gana frente al TOC, y más autonomía se recupera.
Recuerda, cada vez que eliges no comprobar, estás entrenando tu libertad. Y eso es una victoria, aunque sea pequeña.

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