Navidad: un momento para habitar el cuerpo, pausar y recordar lo esencial
- Iara Martínez de Oliveira
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura
La Navidad llega cada año cargada de luces, rituales y simbolismos.
Para algunas personas es una época de ilusión; para otras, un tiempo que remueve emociones, memorias familiares o sensaciones corporales difíciles de nombrar.
Sea cual sea tu vivencia, este momento del año nos invita a algo fundamental: volver al cuerpo y escucharlo.
En nuestra cultura solemos transitar las fiestas hacia afuera: compromisos, compras, encuentros, expectativas. Pero el cuerpo (ese territorio íntimo que guarda nuestra historia emocional) sigue hablando en silencio. A veces lo hace en forma de tensión, cansancio, un nudo en la garganta, o incluso una necesidad de recogimiento que no siempre nos permitimos.
Una invitación diferente: regalarte presencia
Antes de intentar “estar bien”, “ser positiva/o” o cumplir con la idea perfecta de Navidad, te propongo algo más accesible y más real: habitarte.
Tomar un instante para sentir tus pies en el suelo, tu respiración, el ritmo interno con el que llegas a estas fechas.
Escuchar lo que aparece sin juicio.
Reconocer lo que necesitas (un límite, un abrazo, un descanso, un silencio) y validarlo.
La ternura como guía
En un mundo que a menudo exige rendimiento emocional, ser amables con nosotros mismos se convierte en un acto de valentía. La ternura es una medicina suave: no lo cura todo, pero sostiene. No resuelve los conflictos, pero acompaña. No evita las emociones, pero permite que se expresen sin rompernos.
Estas fiestas, date permiso para…
Decir “no” cuando tu cuerpo se contrae.
Decir “sí” a los espacios que te nutren.
Recordar que no tienes que encajar en ningún guion.
Sentir en lugar de forzarte a mostrar algo que no está.
Cuidarte incluso cuando otros esperan otra cosa de ti.
Que esta Navidad sea menos una exigencia y más un encuentro contigo.
Que puedas escucharte, sostenerte y elegir desde tu centro (aunque sea por unos segundos, aunque sea imperfecto).
Porque el regalo más valioso no está bajo el árbol, sino en tu capacidad de volver a ti.




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