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¿POR QUÉ CUANDO HAY ANSIEDAD EL CEREBRO NO DISTINGUE EL PELIGRO REAL DEL PERCIBIDO?

  • Foto del escritor: Iara Martínez de Oliveira
    Iara Martínez de Oliveira
  • hace 15 horas
  • 5 Min. de lectura

Empezaré recordando que la ansiedad es una herramienta de supervivencia de tu cerebro y de tu cuerpo, está tratando de protegerte.


Aunque a veces se equivoca en el tipo de amenaza, su intención es mantenerte a salvo.


Tu cerebro no tiene sentido del  humor, si tú le dices que hay una amenaza no te la va a discutir, eso sería perder un precioso tiempo para mantenerte a salvo, irá directamente a buscar esa amenaza y protegerte de ella, y si no la encuentra fuera de ti la buscará dentro, porque en algún sitio tiene que estar. Ahí es cuando nos enfangamos en pensamientos obsesivos, diálogo interno con repetición de mensajes negativos…

 

¿Por qué el cerebro no distingue entre peligro real y ficticio?

 

El cerebro humano está diseñado para la supervivencia, no para la precisión emocional.


Cuando percibe una amenaza (ya sea un león en la sabana o un mensaje sin responder) activa los mismos circuitos:

- La amígdala, centro de procesamiento emocional, detecta peligro y lanza la alarma.

- El hipotálamo coordina la respuesta de lucha o huida, liberando adrenalina y cortisol.

- La corteza prefrontal, que evalúa racionalmente la situación, puede quedar “secuestrada” por la amígdala si el miedo es intenso.

 

Como resultado el cuerpo reacciona como si el peligro fuera real, aunque sea imaginario (como una discusión que aún no ha ocurrido o un recuerdo doloroso).


De hecho, si eso que se activa es un recuerdo traumático tu cuerpo y tu mente se activarán como si estuviera pasando en ese mismo momento, porque para ellos es algo que aún no ha pasado, no ha terminado.

 

A nivel biológico: ¿Qué pasa en el cerebro?

La ansiedad activa un sistema de defensa muy sofisticado:

Región cerebral

Función en la ansiedad

Amígdala

Detecta amenazas y activa la respuesta emocional

 

Hipotálamo

 

Libera hormonas del estrés como el cortisol

 

Sustancia gris periacueductal (dPAG)

 

Coordina respuestas de escape y defensa física

 

Corteza prefrontal

 

Evalúa la amenaza, pero puede quedar inhibida

 

Núcleo del lecho estriado terminal_ Parte de la “amígdala extendida”

Amplifica la ansiedad crónica. Este sistema no distingue entre un recuerdo, una anticipación o una amenaza física. Si el estímulo se interpreta como peligroso, se activa igual.

 

 

 

¿Cómo influyen los traumas y el diálogo interno?

- Traumas pasados: crean “caminos neuronales” que hacen que el cerebro sea más sensible a ciertos estímulos. Es como si tuviera una alarma calibrada demasiado baja.

- Diálogo interno negativo: refuerza la percepción de amenaza. Frases como “no puedo con esto” o “va a salir mal” activan la amígdala como si fueran hechos.

- Memoria emocional: el cerebro guarda experiencias dolorosas con más intensidad, lo que puede hacer que situaciones similares disparen ansiedad aunque no sean peligrosas.

 

Cuando vivimos experiencias traumáticas o aprendemos patrones dañinos (por ejemplo, creencias rígidas sobre lo que está bien o mal), el cerebro va almacenando esa información como si fuera verdad absoluta, especialmente si se repite en contextos emocionales intensos o durante la infancia, y no se discuten ni actualizan.


Esto ocurre porque:

- La amígdala, que detecta amenazas, se vuelve hiperactiva y empieza a asociar ciertos estímulos con peligro, aunque no lo sean objetivamente.

- El hipocampo, que regula la memoria y el contexto, puede verse afectado por el estrés crónico, dificultando distinguir entre el pasado y el presente.

- El sistema límbico entra en modo supervivencia, priorizando la protección emocional sobre la lógica o el análisis racional.

 

Reacciones coherentes con una configuración errónea

Por ejemplo, si aprendiste que hacer “X” es de mala persona y que eso lleva al abandono, el cerebro no evalúa si esa creencia es justa o real, simplemente activa el sistema de alarma cada vez que algo se parece a esa situación. Es como si el cerebro dijera: “esto ya lo viví, fue doloroso, mejor me adelanto y me protejo, así no me abandonan, cueste lo que cueste”.

Esto puede manifestarse como:

 

- Hipervigilancia emocional: estar en alerta constante ante señales mínimas de desaprobación.

- Auto-sabotaje: evitar hacer “X” aunque sea sano o necesario, por miedo a las consecuencias.

- Reacciones desproporcionadas: sentir ansiedad o culpa extrema por algo que objetivamente no lo merece.

-…

 

No te obceques con ir en contra de tu ansiedad ya que irás en contra de una parte básica de ti, ¿y si fuera una aliada?

La ansiedad no es tu enemiga. Es una señal de que tu cerebro está funcionando, que quiere protegerte, que está atento. Lo que necesita es entrenamiento:

- Reprogramar el diálogo interno: hablarte con compasión y firmeza.

- Reconocer el patrón: “Esto es ansiedad, no peligro real”.

- Respirar y regular: técnicas como la respiración diafragmática calman la amígdala.

- Agradecer la señal: “Gracias, cerebro, por intentar cuidarme. Ahora yo me encargo.”

 

¿Se puede reconfigurar?

Sí. El cerebro es plástico, lo que significa que puede reaprender y reprogramarse con nuevas experiencias, especialmente si se trabaja desde la conciencia, la compasión y el acompañamiento terapéutico.

Reconfigurar el sistema emocional no es solo cambiar pensamientos: es reorganizar el cuerpo, la mente y la historia emocional.

Algunas claves:

 

·       Reconfiguración desde el trauma

 

El trauma no solo deja huella en la memoria, sino también en el cuerpo y en los patrones de relación. Para reconfigurar:

- Reconocer el trauma sin minimizarlo ni racionalizarlo.

- Validar las emociones asociadas (miedo, rabia, vergüenza) sin juzgarlas.

- Crear nuevas experiencias correctivas en entornos seguros que contradigan la narrativa traumática.

- Terapias somáticas como EMDR, sensorimotor o IFS ayudan a integrar partes fragmentadas del yo.

 

·       2. Diálogo interno: de crítico a compasivo

Muchos patrones dañinos se sostienen por un diálogo interno rígido o castigador. Reconfigurar implica:

- Detectar la voz crítica (“no vales”, “te van a abandonar”) y entender su origen.

- Cultivar una voz interna compasiva, que acompañe en lugar de castigar.

- Practicar el reencuadre cognitivo: transformar pensamientos automáticos en narrativas más realistas y amorosas.

- Identificar la creencia raíz (“hacer X me hace mala persona”).

- Cuestionarla con evidencia actual (“¿quién dijo eso? ¿es cierto en todos los contextos?”).

- Exponerse gradualmente a hacer “X” en entornos seguros y observar que no ocurre el abandono temido.

- Reforzar nuevas asociaciones (“hacer X me conecta con mi autenticidad, no con el rechazo”).

- Buscar la autocompasión como base del diálogo con uno mismo.

 

·       Patrones adquiridos: romper el ciclo

Los patrones emocionales y relacionales se aprenden, pero también se pueden desaprender:

- Identificar el patrón (por ejemplo, complacer para evitar el rechazo).

- Explorar su función original: ¿Qué necesidad intentaba cubrir?

- Practicar nuevas respuestas aunque al principio generen incomodidad.

- Repetición consciente: el cerebro necesita repetición para consolidar nuevas rutas neuronales.

 

·       El cuerpo como mapa emocional

El cuerpo guarda memorias emocionales. Reconfigurar implica liberar la carga somática:

- Respiración consciente para regular el sistema nervioso.

- Movimiento libre o terapias corporales (como bioenergética, yoga, danza terapia).

- Escucha corporal: ¿dónde se tensa el cuerpo cuando aparece el miedo? ¿Qué necesita esa parte?

·       Parte emocional: permitir, sentir, integrar

No se trata de controlar las emociones, sino de permitirlas y darles espacio:

- Nombrar la emoción con precisión (“esto es tristeza, no rabia”).

- Sentir sin juicio: permitir que la emoción se exprese sin bloquearla.

- Integrar la emoción en la narrativa personal: “esto que siento tiene sentido en mi historia”.

- Practica el mindfulness para estar más aquí y reconectar contigo de forma sana.

 

Recuerda. La ansiedad es como un sistema de alarma que necesita recalibrarse, no destruirse.

Con conciencia, práctica y apoyo, puedes convertirla en una brújula emocional que te guía, no que te paraliza.


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