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Miedo a la muerte (y miedo a la vida no vivida)

  • Foto del escritor: Iara Martínez de Oliveira
    Iara Martínez de Oliveira
  • hace 7 días
  • 5 Min. de lectura

El miedo a la muerte es uno de los más universales, pero no siempre aparece como tal.

A veces no pensamos literalmente en “morir”, sino que sentimos una ansiedad sutil, una sensación de urgencia: “El tiempo pasa y no estoy haciendo lo suficiente.” “

A estas alturas de mi vida, esperaba haber conseguido más.” Pero… ¿más qué? ¿Más logros? ¿Más estabilidad? ¿Más validación externa? ¿O simplemente una sensación de plenitud que no termina de llegar?

 

El miedo a no haber vivido de verdad

Más allá del miedo al final, lo que muchas veces duele es la sospecha de no haber habitado la vida como queríamos.

De haber estado demasiado tiempo corriendo detrás de lo esperado, lo correcto, lo que se veía bien desde fuera.

 

Vivimos en una época donde comparar es casi automático. Abrimos Instagram o TikTok y vemos una versión filtrada de otras vidas: viajes, parejas perfectas, éxito profesional, cuerpos ideales, casas de revista.

Pero la comparación es selectiva: solemos medirnos solo en los aspectos que sentimos más débiles. Y además, muchas veces no lo hacemos con nuestros propios criterios, sino con los estándares socialmente aceptados.

Así, cada “vida ajena” se convierte en un espejo distorsionado donde todo lo nuestro parece poco.

 

La trampa del “a estas alturas…”

Pensar “a estas alturas de mi vida esperaba haber logrado más” parte de una comparación temporal y social, en la que tendemos a infravalorarnos o humillar partes de nosotros que no cuadran con lo aceptado aunque sean partes con las que en realidad conectamos.

Nos hace sentir que el tiempo se nos escapa, como si la vida fuera una lista de metas que hay que cumplir antes de cierta edad. Pero la pregunta que realmente importa no es qué te falta, sino:

• ¿Qué es lo que realmente importa para ti?

• ¿Qué parte de esas expectativas viene de tu esencia y cuál de la mirada ajena?

A veces, descubrir que estás persiguiendo un ideal que no es tuyo duele, pero también libera. Porque entonces puedes empezar a construir una vida que se parezca más a ti que a un molde.

 

La sensación de que “la vida se me pasa”

Esa sensación de que el tiempo vuela suele aparecer cuando vivimos desconectados del presente.

Corremos, planificamos, acumulamos tareas… pero no estamos realmente en lo que hacemos. El antídoto no está en hacer más, sino en estar más: en los pequeños momentos que ya tienes, en lo que disfrutas aunque parezca trivial o infantil.

Lo que te gusta, incluso si no encaja en la idea de “adulto productivo”, también tiene valor psicológico: es parte de tu identidad, de tu descanso mental, de tu sentido de juego y curiosidad. Negarlo es negar una parte viva de ti.

 

Qué puedes hacer


• Redefine tus propios criterios de éxito: Haz una pausa y pregúntate: ¿Qué es lo que realmente me importa? ¿Qué parte de mis metas viene de mi propia esencia y cuál de las expectativas externas? A veces creemos que “vivir plenamente” es alcanzar grandes logros, pero la plenitud tiene más que ver con coherencia que con magnitud. Empieza por identificar tus valores —calma, conexión, libertad, curiosidad, amor— y tradúcelos en acciones pequeñas, posibles y diarias.


• Empieza a vivir lo que importa —aunque sea a pequeña escala: No esperes tener tiempo, dinero o energía perfectos. La vida significativa no sucede solo en los grandes cambios, sino en los actos cotidianos alineados con tus valores. Si valoras la calma, reduce una obligación innecesaria. Si valoras la conexión, dedica atención real a una conversación. Si valoras la creatividad, aunque sea cinco minutos, crea algo. No se trata de hacer más, sino de hacer lo que tiene sentido.


• Crea rituales que te anclen al presente: Encender una vela, escribir una frase cada noche, cocinar algo con atención. Los rituales no eliminan el miedo, pero lo transforman en conciencia: te recuerdan que estás aquí, ahora, habitando tu vida en lugar de solo pensarla.


• Habla del tema, no lo silencies: Compartir pensamientos sobre la muerte o el paso del tiempo no es morboso, es humano. Ponerlo en palabras (en terapia o con alguien de confianza) ayuda a entender qué te angustia realmente: ¿el final, o la sensación de no haber vivido? Hablarlo da forma a lo difuso y alivia la carga.


• Evita las comparaciones automáticas: Compararte con vidas ajenas (sobre todo en redes) es como mirar espejos deformados. Solo ves el brillo, nunca el contexto. Y lo más curioso: solemos compararnos justo en los aspectos que más nos duelen. Tu valor no depende de cumplir con estándares sociales, sino de construir una vida que se sienta tuya, incluso si no parece perfecta desde fuera.


• Dale valor a lo que te gusta, aunque parezca “poco importante”: Si te calma algo sencillo o “infantil”, no lo descartes: lo que te da alegría te conecta con tu vitalidad. El juego, la curiosidad, la ternura, no son rasgos inmaduros: son expresiones de vida. Negarlos es negar una parte auténtica de ti.


• Aprende a estar sin correr: La sensación de que “la vida se me pasa” a menudo viene más de la desconexión que de la falta real de tiempo. Practica estar en lo que haces: sentir el cuerpo, saborear la comida, escuchar sin pensar en la respuesta. El presente no se alarga… pero se ensancha cuando lo habitas.


• Haz espacio para lo que te hace sentir vivo: Pregúntate con frecuencia: “¿Qué cosas me hacen sentir que estoy realmente viviendo?” Haz una lista, por pequeña que sea, y busca incorporar algo cada día. No esperes al fin de semana, a las vacaciones o al cambio de etapa. Vivir con sentido es algo que se entrena en lo cotidiano.


• Cuidado con idealizar el pasado: Cuando pensamos “antes estaba mejor”, muchas veces recordamos con nostalgia etapas que en su momento tampoco supimos disfrutar del todo. Tal vez ahora valoras aquello porque el presente te resulta incierto, pero ¿realmente lo vivías plenamente o también estabas enfocado en lo que venía después?

A veces idealizar el pasado es una forma de escapar del presente.

Si te reconoces en eso, no te juzgues: úsalo como señal para aprender a valorar lo que tienes hoy, sin esperar a que sea un recuerdo para apreciarlo. Observa tu día a día: ¿qué cosas disfrutas pero pasas por alto? ¿Qué darías por revivir dentro de unos años lo que hoy das por sentado? El objetivo no es quedarte atrapado en la nostalgia, sino recuperar la capacidad de valorar mientras vives, no solo cuando miras atrás.

 

En resumen

No es la muerte lo que más tememos, sino no haber vivido con autenticidad. La salida no está en correr más, sino en detenerte con conciencia, redefinir tus propios ritmos y ocupar tu vida de verdad.

 

Tal vez no se trate de vivir más tiempo, sino de vivir más tu vida.


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