Cuando el cuerpo no distingue entre lo real y lo imaginado: cómo reacciona el sistema nervioso ante los pensamientos
- Iara Martínez de Oliveira
- 9 nov
- 3 Min. de lectura
En consulta es frecuente encontrar personas que, con total honestidad, dicen algo como:“ Pero eso no puede ser así…
¿Cómo va a reaccionar mi cuerpo si solo lo estoy pensando?”.
La mente racional suele resistirse a la idea de que el cuerpo reacciona igual ante un peligro real que ante uno imaginado o recordado. Sin embargo, esto no es una cuestión de creencias: es un hecho ampliamente comprobado por la neurociencia y la observación clínica cotidiana.
No es que la teoría y los estudios estén mal, es que expresas una resistencia cognitiva ante hechos que contradicen tu experiencia subjetiva o tus creencias previas.
El cuerpo responde a la percepción de peligro, no al peligro en sí
Nuestro sistema nervioso autónomo —el que regula funciones como la respiración, el ritmo cardíaco o la tensión muscular— no evalúa si el peligro es “real” o “mental”.
Solo responde a señales de amenaza que percibe a través de los sentidos, los recuerdos o los pensamientos.
Por eso, cuando una persona revive una experiencia dolorosa, se imagina una discusión, o anticipa un fracaso, su cuerpo entra en modo defensa: el corazón se acelera, los músculos se tensan, la respiración se acorta.
El sistema nervioso no distingue entre “está pasando” y “parece que está pasando”.
Tu sistema nervioso no necesita que algo sea real para reaccionar; le basta con que parezca real.
Cuando percibe una amenaza —aunque sea solo un pensamiento o una imagen— se activa igual que si estuvieras frente a un peligro verdadero.
Quizás te haya pasado: recuerdas una situación dolorosa, una discusión o algo que podría salir mal… y de pronto sientes el cuerpo tenso, el pecho apretado, la respiración más corta...
Nada está ocurriendo afuera, pero algo sí está ocurriendo adentro.
Otro ejemplo simple: cuando vemos una película de terror, sabemos que es ficción, pero igual sentimos miedo, tensión o adrenalina. Esa es la prueba más cotidiana de que la percepción basta para activar la respuesta biológica.
Te invito a probarlo
No hace falta que me creas.
Pruébalo un momento. Piensa en una escena que te haya generado miedo, rabia o preocupación.
Cierra los ojos y observa tu cuerpo ahora.
¿Notas algún cambio?¿Tu respiración es la misma? ¿Tus músculos están igual de relajados?
Esa sensación que aparece (una tensión, un calor, un movimiento interno...) es tu cuerpo respondiendo a una imagen mental. Eso mismo ocurre muchas veces al día, sin que te des cuenta, cada vez que tu mente imagina peligros o repite mensajes de miedo o exigencia.
Cuando algo dentro se resiste
A veces hay una parte de nosotros que no quiere creer esto. Es normal.
Aceptar que un pensamiento o un recuerdo puede influir tanto en nuestro cuerpo puede dar un poco de miedo.
Puedes decirte: “No quiero que sea así”, o “Eso no tiene sentido”.
A veces, cuando algo nos suena extraño o amenaza nuestra forma de entendernos, una parte nuestra se resiste. Es totalmente humano.
Te invito a escuchar también a esa parte que duda.
Tal vez intenta protegerte de sentir algo que en su momento fue demasiado, o un sentir que ahora está siendo "demasiado". Podemos darle un espacio y ver qué teme perder o qué intenta proteger esa parte.
No se trata de pelear con ella, sino de darle espacio y curiosidad.
Lo más importante de esto es cómo puede ayudarte a entender tus propias reacciones. Abre la posibilidad de curiosidad y autoobservación.
Es normal que una parte de ti dude o se resista. Esa parte probablemente intenta protegerte de algo que teme o no quiere sentir. Podemos escucharla también.
Aprender a usarlo a tu favor
Comprender esta conexión entre mente y cuerpo no es solo un dato curioso: es una llave para la autorregulación.
Así como el cuerpo reacciona ante pensamientos negativos, también puede responder ante mensajes de calma, de seguridad, de presencia.
La misma vía neuronal que activa el estrés puede, con práctica y conciencia corporal, activar la serenidad.
Puedes imaginar un lugar tranquilo, una persona que te hace bien, o simplemente traer tu atención a la respiración. Nota cómo cambia el tono interno, cómo el cuerpo se afloja poco a poco.
Ahí empieza algo nuevo: reconocer que puedes influir en tu estado, no desde el control, sino desde la conciencia.
Tu cuerpo y tu mente hablan todo el tiempo; cuando los escuchas juntos, aparece una sensación de coherencia y descanso.
Tu cuerpo no necesita que algo sea real para reaccionar; necesita que algo parezca real. Y ahí está el poder: si tu mente puede generar tensión, también puede generar calma.




Comentarios