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El triángulo dramático de Karpman en la relación con uno mismo

  • Foto del escritor: Iara Martínez de Oliveira
    Iara Martínez de Oliveira
  • hace 3 días
  • 3 Min. de lectura

Cómo nos rescatamos, culpamos y castigamos internamente

El triángulo dramático de Karpman describe una dinámica relacional en la que tres roles (Víctima, Salvador y Perseguidor) se alternan y retroalimentan en una danza emocional de culpa, control y dependencia.

Aunque suele explicarse en contextos de pareja o familia, esta estructura también puede vivirse internamente, en la relación que mantenemos con nosotros mismos.

Sin darnos cuenta, nos convertimos en todos los personajes del triángulo a la vez: una parte de nosotros sufre, otra intenta arreglarlo, y otra critica o castiga cuando las cosas no salen como espera.


La Víctima interna

La Víctima es esa voz interior que se siente indefensa, pequeña o incapaz.

Dice cosas como:

“No puedo más.”, “Siempre me pasa lo mismo.”, “Nunca voy a estar bien.” (...)

Representa nuestra parte más vulnerable, que anhela cuidado y comprensión, pero que teme no ser suficiente. A veces, en lugar de pedir ayuda o sostenerse desde la ternura, la Víctima interna se instala en la queja o la resignación, bloqueando la acción y la confianza.


El Salvador interno

Cuando aparece el malestar, surge el Salvador interno con una energía de urgencia: “Tienes que ponerte bien”, “no puedes fallar”, “haz más, esfuérzate”.

Quiere ayudarnos, pero lo hace desde la exigencia o el control, intentando borrar el malestar en lugar de escucharlo.

Su impulso es reparar, pero a menudo termina generando culpa o sobreesfuerzo, porque su ayuda parte del miedo, no de la aceptación.

“Tienes que ponerte bien.”, “No te puedes permitir sentirte así.”, “Venga, sigue, no pares.”

El Perseguidor interno

Cuando ni el esfuerzo ni el control dan resultado, aparece el Perseguidor: la voz crítica, dura, castigadora.

“Nunca haces nada bien.”, “Siempre estás igual.”, “Deberías poder con todo.” (...)

Esta parte juzga y desvaloriza, reproduciendo mensajes aprendidos en la infancia o de figuras de autoridad. Su función, en el fondo, no es destruir, sino protegernos del dolor del fracaso o del rechazo, aunque lo haga de manera torpe y cruel.


El ciclo interno del triángulo

Estas tres voces se van turnando en un ciclo que puede pasar inadvertido pero que desgasta profundamente.

Primero nos sentimos víctimas de algo (una emoción, un fallo, una relación), luego intentamos “salvarnos” imponiendo soluciones o autoexigencias, y cuando eso no funciona, nos convertimos en nuestros propios perseguidores.

El triángulo interno se alimenta de tres emociones principales:

  • Culpa, que sostiene al Salvador.

  • Necesidad de reconocimiento, que impulsa al Perseguidor.

  • Miedo al rechazo, que mantiene a la Víctima.


Salir del triángulo: del drama a la responsabilidad interna

Salir del triángulo no significa eliminar ninguna de estas partes, sino escucharlas y transformarlas desde una mirada consciente y compasiva.

  • A la Víctima podemos decirle: “Te veo, entiendo que duele, y no estás sola.”

  • Al Salvador: “Gracias por querer cuidar, pero no necesito que me arregles; necesito que me acompañes.”

  • Al Perseguidor: “Tu intención era protegerme, pero puedo hacerlo sin castigo.”

Cuando reconocemos estas voces sin identificarnos con ellas, nace una cuarta posición, la del Yo adulto o consciente: la parte capaz de sostener la emoción sin caer en el drama, que se responsabiliza sin culparse y que cuida sin invadirse.


Un camino hacia la integración

El trabajo terapéutico y el autoconocimiento nos ayudan a identificar cómo se manifiesta nuestro triángulo interno. Cada vez que observamos el ciclo sin juzgarnos, damos un paso hacia la autocompasión y la madurez emocional.

Sanar esta relación interna significa reconciliar a las tres partes que viven dentro de nosotros:

  • la que siente,

  • la que actúa,

  • y la que juzga.


Cuando logran cooperar en lugar de luchar, dejamos de ser víctimas de nuestro propio diálogo interno y nos convertimos en aliados de nosotros mismos.


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